
¿Qué necesitan mejorar los actores?
Un sector que necesita renovarse, en ciertos aspectos. Es el de los actores.
Pueden saberse muy bien sus papeles. Es decir, pueden dominar la información que quieren transmitir al público. Ahora bien, la información no es la comunicación. Ésta añade dos características imprescindibles a la información.
La primera, muy importante, es que el público entienda lo que el autor quiere transmitir a través del actor. Y ahí es donde empieza a crujir el sistema actual.
Es un problema que antes no se presentaba en las películas. El actor podía utilizar una entonación que sonase a antigua; o que no fuera la más apropiada para el personaje. Pero los espectadores entendían lo que el actor quería decir.
Vocalizaban, es decir, articulaban con precisión las vocales, consonantes y sílabas de las palabras para conseguir que los públicos comprendiesen sus diálogos o sus canciones.
Ahora, y en no pocos casos, y en no pocas películas, no nos enteramos de lo que no pocos actores quieren decirnos en algunos pasajes de su actuación.
Éste es un problema de gran importancia. Porque si el espectador o televidente ha de hacer un esfuerzo especial, el problema no está en el oído de quien ha pagado la entrada o ha escogido la película que un canal le ofrece. Es la defectuosa voz del actor. Al vocalizar mal, introduce el «ruido sintáctico».
Tres ejemplos de este ruido. Cuando la pantalla del televisor tiene «nieve», hemos de intervenir con el mando a distancia; si no tenemos éxito, llamamos a un técnico. O cuando tomamos un escrito y lo rompemos una y otra vez hasta reducirlo a trozos muy pequeños. ¿Sigue el papel conteniendo la información? Sí, pero hay que recomponer el mensaje, poniendo cada trozo en su lugar.
Un español y un alemán pueden encontrarse informados sobre un tema -la construcción de grandes barcos- en un grado idéntico. Sin embargo, no podrán intercambiar las informaciones que cada uno posee, a no ser que uno de los dos o ambos sepan el idioma del otro. ¿Y si ninguno de los dos lo sabe hablar? Pues entonces hay que llamar a un intérprete.
Junto con algo tan sencillo como vocalizar, y que nunca hemos de suponer que todos los actores dominan, está la declamación. ¡Qué voces más chillonas en ocasiones! ¡Qué estruendo! En algún momento, dan ganas de abandonar la butaca o cambiar de canal.
Dos actores que sobresalen por su costumbre de gritar en muchas escenas: Al Pacino y Andy García.
Lo peor es que han salido muchos imitadores de estos dos actores en diversos países.
En Estados Unidos, el director de cine John Ford culpaba a un director de teatro y de cine concreto, Elia Kazan, de que los actores norteamericanos hubieran caído en el gran defecto de hablar en voz alta, de vocear los textos. Como Kazan era un excelente director de teatro, y como las salas norteamericanas son muy grandes, quizá Ford confundió la resonancia con el volumen. Hay técnicas para aumentar la resonancia de la voz hasta conseguir unos resultados excelentes.
Dicho de manera más técnica: El emisor y el receptor han de coincidir en el aspecto al que ambos se refieren en el mundo real. Esto es lo que logran cuando cada uno sabe a qué atenerse al abordar un asunto, comenzando con una buena vocalización.
¿Está todo perdido cuando emisor y receptor no se ponen de acuerdo? No. El lenguaje da mucho de sí.
¿Qué pasa mientras no llegan a ponerse de acuerdo? Que pueden producirse situaciones humorísticas, por la ambigüedad o «ruido semántico». En las comedias, el autor busca esa ambigüedad lo más posible. Por eso nos reímos tanto. Con las buenas comedias, no con las comedias que los periodistas, los directores o los actores insisten en decir que son graciosas.
Acabo con un ejemplo de Stephen Toulmin, que adapto a España:
"Supongamos que un turista, de los muchos que visitan España o algún país hispanoamericano donde se celebran corridas de toros, acude a una capea (lidia de becerros o novillos por aficionados). Va sentado en el autobús junto a un zoólogo. Al cuarto de hora de marcha, se cruza en la carretera un rebaño de ovejas, entre las que pueden verse algunos carneros.
Turista.- Fíjese que toros con lana.
Zoólogo.- ¿Toros, dice usted? Yo no los veo.
Turista.- Sí, hombre, esos que tienen cuernos. Fíjese en aquellos dos. ¡Que bravura tienen! ¡Cómo se acometen!
Zoólogo.- (Riéndose) Perdone que le diga que aquellos no son toros. Son carneros.
Turista.- No me confunda usted: Ya sé que hay diferencias entre los toros y los carneros; por supuesto que las hay: un carnero es un tipo muy especial de toro, un toro "no taurino".
Zoólogo.- Por más vueltas que le dé, un carnero no es un toro de ninguna de las maneras. Reconózcalo, y no busque clasificaciones imposibles.
Turista.- ¿Y por qué no?
Zoólogo.- ¿Quiere que le dé una serie de razones? Vamos allá. Primera, la infertilidad de los carneros con las vacas; Segunda,..."
La ambigüedad que surge de que carneros y toros coincidan en tener cuernos resulta divertida por el malentendido a que da lugar. Y después del malentendido gracioso, puede abrirse el paso a los argumentos sólidos.